sábado, 13 de diciembre de 2008

Capítulo I.

JULIETTE.
 
   Es pasada la media noche y estoy esperando a que las palabras de Philippe Dómine se hagan hechos. No sé qué hago con mi vida, me degrado en cada esquina con un cigarro. Philippe Dómine no es un hombre de palabra, pero es la persona que el destino me ha designado, y yo aún rezo porque alguien me salve de ésta pesadilla con él.


  
 Hoy, se supone, que iba a ser mi noche de suerte. Dómine me iba a llevar a los prostíbulos más importantes de Montmartre: Lapin Agile. No entendía por qué querría llevarme ahí, esos sitios son para la clase alta y Dómine me dijo más de una vez con la mano encima que yo era de baja estofa.  
Llevaba ocho años siendo su fulana, sabía cuando quería follarme, utilizar mi cuerpo y, cuando me mentía. Esto último no fue nada nuevo desde el principio, tenía esos mismos ojos que mi padre le ponía a mi madre, y me los conocía bastante bien. Ahora sin entender, sigo aquí, ganándome la vida de tal manera que acabaré muriéndome sin saber lo que es vivir.
 Chérie, quiero que está noche deslumbres, no me defraudes, eres mi fulana preferida -    me dijo, con esa mirada de desprecio.
¿Chérie? Sólo me ha llamado así dos veces, y como lo he detestado. Aún así yo asentía, como tantas otras veces. Lo hacía porque al llegar al bajo no quería que mi pequeña se preocupase. Pero yo sé, y Anne también, lo que sucedía, pero que mejor que el silencio en los tiempos que corren.

   Me puse mi mejor traje de baile: falda y corpiño. Dómine siempre pensaba que lo hacía por él, pero en cierto modo lo hacía porque algún caballero se cruzase en mi camino, pero los únicos caballeros que se cruzaban en mi camino sólo querían darme su dinero para usar mi cuerpo, todos ellos despreciables. En verdad no entendía porque lo hacía, todas sus miradas me recordaban a lo cabrón que fue mi padre. Lo que ocurría es que yo sabía, o quería creer, que en alguna parte alguien sería distinto, pero lo que yo crea no tenía importancia en estos lugares.
- ¿Estás preparada? – preguntaba Dómine después de dar un par de golpes al otro lado de la puerta de la habitación.
- Salgo en dos minutos – contesté sin mucha ilusión. No, no tenía ilusión por ir a
 Lapin Agile, y tendría que tenerla, pero esa noche no sería de tan suerte. Cualquier fulana desearía ser Juliette en estos momentos, y yo desearía ser cualquier fulana menos Juliette.

  
 Ya había llegado la hora, la hora de subirme ahí arriba, de bailar para el público, de perder el encanto en mí y que otros la ganen. Siempre la misma sonrisa, pero está vez tendría que ser diferente. Sí, tengo que sonreír de verdad, que se note que me gustan mis clientes, que me pierden en callejones oscuros, y en habitaciones de terciopelo.
Tenía sed, quería beber de unos labios de licor, de whiskey a poder ser. Esa noche era yo la estrella, yo y nadie más.
Todo iba a ser igual que siempre, pero está vez subiría un escalón. Saldría ahí fuera, bailaría para ellos, y por qué no, para mí también. Y habría aplausos, besos, y algún piropo. Por suerte, o no tan suerte, nunca hay piropos llenos de poesía. De esas bocas sólo salían palabras sucias, pero no importaba, la poesía nos engaña y nos enamora, y yo no estaba para esas cosas, aunque lo necesitaba. Pero aquí es donde estoy ahora, y no en mis sueños de noches. Una vez fuera, hice mi trabajo. Fui el espectáculo que todos querían ver. La fulana de Dómine, la estrella en estos momentos.
Eché una vista a Philippe Dómine, veía como me sonreía, sonreía con malicia. Yo le devolví el mismo gesto, por educación más que por otra cosa. En ese instante algo cambió, lo sentí dentro de mí y en el ambiente. Al lado de Dómine se sentaba alguien desconocido para mí, jamás le había visto.
Era muy guapo, y parecía encantador. Llevaba sombrero y tenía un pelo castaño, con melenilla despeinada, barba de tres días, labios carnosos y los ojos… no sabría decir sus ojos, apenas me miraba, algo que me extrañaba, y también me enloquecía. Tenía un bonito perfil, y manos de pianista. Podría decir que tomaba un cóctel de margarita, pero lo que más me llamo la atención era su libreta. Estaba segura en ese momento que esa libreta era su única maleta, y sus mayores secretos.


  
 El mundo dio una vuelta de 360 grados, y yo me paré. Quería escapar, ‘esto no está sucediendo’, me repetía dos veces por segundo. Perdí el rumbo, y el sonido de la música. Perdí mi cordura, y la locura entró sin llamar a la puerta. Ahora ya no era la estrella, y tampoco quería ser una fulana. Miré de nuevo a Dómine, y vi en su rostro que esto no iba bien. Me di cuenta y, de repente me vi en el suelo, aún no sé cómo llegué hasta el final. Di mis mejores sonrisas al público, y me fui. Una vez fuera del escenario empecé a correr. Salí al exterior, encendí mi primer cigarro de la noche y quise ser humo. Todo había acabado para mí, para ellos era sólo el principio.

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