domingo, 14 de diciembre de 2008

Capítulo I. Segunda parte.

DIEGO.

Montmartre, número 22 de la calle Saules, distrito 18.

     El humo se deslizó por mis labios, mezclándose con un leve vaho causa del frío; me estremecí dentro de una americana que tendría, probablemente, más años que mi propia persona.

- Este sitio no es para mí…
- pensé.

     Hacía un par de días habría jurado que tal día como este y a esta misma hora estaría –como siempre, he de añadir- sentado en La Dame Pâle, un tugurio podrido y a la vez encantador. Pero no. El destino quiso que se cruzara en mi camino un hombre de labia serpentina y olor a humedad, que se interesó por mi –y cito textualmente- “talento para plasmar”. Su nombre era Dómine… o algo parecido, ¿qué se yo?
     El caso es que insistió en invitarme a una copa nada menos que en Le Lapin Agile, uno de los cabarets más reconocidos de todo París, para hablar de negocios.

     Y aquí estoy yo… con la única ropa que aún conserva algo de dignidad, colonia de marca –¿lo habéis probado alguna vez? Entrar en una perfumería y fingirte interesado en algo que jamás podrás permitirte, pero salir oliendo como nadie por tu cara bonita- y un sombrero ridículo.

     Me reí de mí mismo al ver mi aspecto en el cristal, apagué el cigarrillo, y empujé la puerta. Me abrumó la bofetada de calor que procedía del interior, producida por el humo de los cigarrillos, el bullicio de borrachos y mentes pervertidas y la risas desquiciadas, como hienas, de aquellas mujeres que comerciaban su alma.

     Oteé las mesas, una por una, hasta discernir en una de las centrales a ese tipo, Dómine. Según me iba acercando empezó a hacer aspavientos con las manos, celebrando algo en mi dirección que no alcancé a entender.

-
¡Salut, mon ami! Ya pensé que no vendrías… -se carcajeó, pero su risa fue interrumpida por un profundo ataque de tos.

     Sonreí ligeramente y estreché la mano que tendía hacia mí. A Dómine empezaba a clareársele el pelo, olía a una mezcla de colonia barata y esa extraña humedad que os comenté. Llevaba varias cadenas y anillos de oro, y ropa cara, pero de ínfimo gusto.

- Gracias por la invitación… es un lugar… interesante –fue lo único que acerté a decir, sintiéndome estúpido momentos después.
- ¿Interesante? –se carcajeó de nuevo, si hay algo más que a fecha de hoy pueda contaros de Dómine, es que es un tipo que, a todas luces, parece repugnante- Espera a ver a mi estrella, muchacho, esas piernas sí que son interesantes.
- ¿Su estrella?

     Arqueé una ceja, y entonces las luces del cabaret disminuyeron considerablemente para potenciar los focos del escenario. Observé, y de entre las cortinas rojas empezó a emerger una mujer ceñida en un apretado corpiño. Lucía una melena corta -no atiné a distinguir bien el color por lo cambiante de las luces, pero juraría que negro- y una sonrisa que incitaba a pecar una y otra vez. Una voz de desconocida procedencia rezó entonces su nombre: …Juliette.

Mon dieu…

     Fue lo único que conseguí discernir de entre los balbuceos de mi propia mente. Dejé de mirarla de inmediato, calándome el sombrero y girándome hacia Dómine, que la miraba sonriente –y babeante-.

- Preciosa, ¿eh? –esbozó una amplia sonrisa, y yo traté de, simplemente, adoptar una expresión de póker.
- Psé… superficial –me miró con incredulidad, y yo deslicé mi libreta sobre la mesa, hacia él, dispuesto a cambiar de tema-, si no le importa, me gustaría tratar ese asunto del que quería hablar, no tengo mucho tiempo –en realidad, tenía todo el tiempo del mundo, pero el aire viciado del cabaret empezaba a producirme náuseas-.
- Eh, sí… sí, sí, por supuesto. He visto tus dibujos, se te dan bastante bien los retratos, muchacho, y quiero que hagas algunos de mis chicas. Por supuesto, te pagaré según el acabado.

     Asentí, no estaba para desperdiciar oportunidades, por mucho que la idea de trabajar con o para aquél hombre me revolviera el estómago. Mire de reojo a la chica que bailaba, momentáneamente la primera vez, aunque tuve que volver a mirar. Algo parecía ir mal, estaba nerviosa. Dómine, que escribía la dirección y día en que volveríamos a reunirnos en un pequeño papel, alzó la mirada de pronto y pareció montar en cólera. Me tiró el papel sobre la mesa y se levantó con brusquedad, hacia los camerinos. Juliette ofreció su última sonrisa ya en el suelo, y me pareció que corría al atravesar las cortinas por las que había hecho una aparición digna de una diosa.

     No era asunto mío. Las manecillas del reloj marcaban ya la una y media, y el último autobús nocturno a Montparnasse pasaba justo a las dos. Al abandonar el cabaret,
justo cuando me dirigía hacia la parada, mis ojos la encontraron de nuevo, como poseídos por una atracción magnética que les impedía dejar de observarla. Se encontraba en el callejón paralelo al Lapin Agile, discutiendo con Dómine, por lo que pude leer en sus gestos.    
     Ya en el autobús, me abandoné de nuevo a la desidia de mi vida, perdiendo la mirada en los encantos nocturnos de Saint-Germain-des-Prés. La boca me sabía a soledad, y en mis párpados pesaba la ironía, invitándome a los mismos sueños llenos de amargura de cada anochecer. 



(Le Lapin Agile, por Sandy Starr.)

2 comentarios:

Juliette dijo...

Jajajaja que triste, nadie nos comenta... ... .. .

Anónimo dijo...

Megusta.Megusta.Megusta.MegustaMucho! <3




DeVerdad.. :3

Ah! y quiero más! así que..GO!


MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAM!!!!!! =).

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